Hay
muchas y muy variadas causas para que alguien se ponga colorado: calor y
esfuerzo, ira y vergüenza. ¿Pero qué es lo que sucede realmente en el
organismo? Quien sale de la sauna suele estar colorado como un pavo, y con
motivo.
Con
temperaturas de 85-95°C, la temperatura del interior del cuerpo aumenta
aproximadamente en un grado y la de la piel era 10 grados. Para evitar un
exceso de calor en el cuerno se dilatan los vasos sanguíneos para que la sangre
pueda fluir con más velocidad y disipar el exceso de calor. En consecuencia,
los vasos subcutáneos, rebosantes de sangre, se traslucen tras la piel y la
persona se ruboriza, especialmente en la cabeza y el cuello, donde hay muchos
capilares sanguíneos a flor de piel. Ya tenemos el primer mecanismo
desencadenante del rubor: el calor exterior.
El
mismo efecto produce el calor interior. La fiebre, por ejemplo, hace subir la
temperatura corporal. También en este caso el cuerpo intenta disipar el calor
excesivo hacia el exterior aumentando el riego sanguíneo en los vasos subcutáneos.
Como en el caso de la sauna, el resultado es un sonrojamiento general.
MARATONIANO
COLORADO El calor
exterior y la fiebre no son las únicas causas del rubor. También el esfuerzo físico
puede ruborizar la cara, como se aprecia por ejemplo en el caso de los
maratonianos. Cuando se exige al cuerpo más rendimiento, aumentan el ritmo
cardiaco y la presión sanguínea, y la actividad muscular genera más calor. Esta
elevada producción de calor obliga a los vasos sanguíneos a dilatarse, y el
acelerado ritmo cardiaco y la elevada presión hacen circular la sangre con más
velocidad. Consecuencia: el deportista se pone colorado.
Los
responsables de la coloración de la cara son, por tanto, los vasos sanguíneos
dilatados;
cuando, en cambio, los vasos se constriñen la piel palidece. El estrecha miento
y la dilatación de los vasos sanguíneos se controlan sobre todo a través de las
hormonas y los nervios.
EL
CONTROL DE LOS VASOS En
las hormonas se distingue entre vasodilatadores como la histamina y la
bradiquinina, y vasoconstrictores como la adrenalina y la noradremauna,
o la vasopreSifla y la angiotensifla.
Además,
las paredes de las arterias llevan integradas unas fibras musculares que a
impulsos de la médula espinal pueden modificar el diámetro de los vasos sanguíneos,
según se contraigan más o menos. Los vasos sanguíneos también pueden
autocontrolar su diámetro: en algunos de ellos existen unos receptores que
miden la presión en el vaso y la comunican al cerebro; éste ordena una dilatación
o constricción para adaptar la presión a las circunstancias requeridas. Aparte
de estos mecanismos de control orgánico, el diámetro de los vasos sanguíneos se
puede ver alterado también por sustancias ingeridas o consumidas, como son el
alcohol, la cafeína o la nicotina, cuya intervención suele perturbar a menudo
el sensible sistema de regulación biológico del cuerpo.
RUBOR
POR RABIA O VERGÜENZA No
sólo el calor y el esfuerzo, sino también emociones tan dispares como la ira y
la vergüenza, pueden hacer que nos sonrojemos. En este caso son órdenes
neuronales las que a través de los nervios vegetativos alcanzan los vasos
subcutáneos y provocan su dilatación. Al mismo tiempo, la presión sanguínea
aumenta por el mayor ritmo cardiaco.
A
diferencia de lo que ocurre en situaciones de estrés, en las cuales el
cuerpo se prepara para una posible huida, la vergüenza y la ira no representan
situaciones de emergencia sino emociones que provocan un aumento de la presión
sanguínea, que se manifiesta a su vez en un mayor riego sanguíneo en los vasos
subcutáneos A pesar de las diferencias entre ambas emociones, el efecto es el
mismo:
el rostro y el cuello se ruborizan visiblemente.